CONTACTO SIN TACTO

Todos los primeros viernes de cada mes acudía a Madrid para visitar a unos clientes, era la excusa que empleaba desde hacía nueve años Marcial Matamoros para escapar de la rutina de su matrimonio y mantener la imagen de perfecto esposo, padre e intachable hombre de negocios. No podía ser menos de alguien nacido en una cuna de abolengo de una ciudad provinciana como Jaén, donde todo el mundo se conoce.

Sin embargo, ese viernes decidió probar nuevas sensaciones, aunque no apreciaba los cambios era un hombre de costumbres férreas. El cambio fue obligado porque Ivana, una dulce rusa cuarentona, se marchó a su tierra harta de ser meretriz y tras haber ahorrado lo suficiente para abrir un pequeño negocio en su país. Al llegar a Madrid compró el Diario ABC y lo leyó sentado en una terraza del Paseo de la Castellana, le llamó la atención un anuncio de contactos que decía: “Jovencitas universitarias, no profesionales, espectaculares, mínimo 400 €.”

Marcial Matamoros sintió curiosidad, pensó que por ese precio las chicas debían hacer diabluras, no perdió el tiempo y llamó. Una voz joven con el acento cálido del sur le atendió, la citó en una hora en el Hostal de los Gatos cerca de la Plaza Mayor, era donde reservaba habitualmente a nombre de Germán Lucha. Poco antes de llegar, en la Puerta del Sol, no pudo eludir encontrarse con un viejo cliente muy pesado al que Marcial temía, era excesivamente hablador, capaz de mantener una charla sobre cualquier banalidad. Buscó desesperado la forma de zafarse cuando al hombrecito le dio un golpe de tos, Marcial aprovechó para despedirse sin que el otro, rojo y medio ahogado, pudiera retenerlo. Al llegar saludó a la propietaria del hostal que le informó que una señorita había preguntado por su habitación. Subió las escaleras. El pasillo era muy largo, al final estaba la habitación. Una chica morena esperaba de espaldas a él junto a la puerta, tenía las piernas muy largas y su cuerpo estaba muy bien proporcionado, las caderas poderosas arropadas por una estrecha minifalda le hacía presagiar una lucha intensa. Tenía una cintura estrecha que se asomaba bajo un suéter color pistacho. Al oír sus pasos la chica se giró, Marcial se quedó helado:

- ¡Papá! ¿Qué haces aquí?

La muchacha estaba sorprendida, un color rojo intenso invadió su cara a la vez que la sangre de Marcial dejó de circular. Al cabo de unos segundos interminables el padre dijo con la voz casi apagada:

- ¿Y tú, no estabas en la facultad estudiando, qué haces aquí?- Intentó recuperar un poco de autoridad en la voz. Ella se estiraba la falda intentando en vano llegar hasta donde la tela no alcanzaba.

- Yo te he preguntado antes, papá.

- ¡Carmina, no estoy para tonterías! Te recuerdo que soy tu padre. ¡Contesta!- El padre pasó de la desorientación al enfado.

- Pues yo venía a ver a una compañera que ha tenido que dejar el piso, - ella miraba al suelo - se ha mudado provisionalmente a… ¿Y tú qué haces aquí?

- Tú te crees que soy tonto. Te he seguido porque, por casualidad, te vi entrar en el hostal. Salgamos de aquí.

Hasta que llegaron a la calle nadie habló.

- El sábado te vas a Jaén con todas tus cosas, regresarás solo para los exámenes, como quedan un par de meses para que termines la carrera estudias en casa, seguro que te irá mejor.

Tras un frío beso, los dos se separaron, nunca más se vio a Marcial Matamoros en Madrid.